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Al llegar a Curitiba el sol quemaba mi piel de una manera diferentemente inexplicable, pero a la vez, el viento soplaba y me iba refrescando. Acababa de arribar la ciudad y era momento de conocerla.

 

“Olha que coisa mais linda mais cheia de graça, é ela menina que vem que passa...”, se oía la chica de Ipanema camino a casa de mi tía. El viento golpeaba mi rostro mientras el auto avanzaba, iba viendo las calles empedradas y muy limpias; sin embargo, algo que me llamó mucho la atención, fue la sensación de paz y tranquilidad dondequiera que íbamos. “Definitivamente, esto no es nada parecido a Lima”, me dije a mí misma. Era sorprendente contemplar el cielo azul junto al verde de los árboles por doquier, dejando las postales que tenía como referencia sólo como eso, una referencia. Al llegar, nos recibió la señora Paula con un “¡Oi!, ¿Tudo bem?” y una sonrisa enorme, invitándonos a pasar a la casa.

    

El presenciar las maravillas de esta ciudad, me embargaron de felicidad. Con pasear en calles tranquilas, ver paisajes hermosos, conocer personas amigables es muy fácil enamorarse del lugar y sentirse como en casa. Curitiba no era mi alborotada Lima, pero logró alborotarme de alguna manera.  

Aquella ciudad llamada Curitiba

Por: Lucía Barrera Clavijo

Foto: Sonia Clavijo Bazalar

Foto: Anónimo

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